La originalidad se construye (también desde una buena copia)

Adam Lowe, March 2012

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Originalidad y copia son dos conceptos que tienen mucho en común. A pesar de que su significado es compartido por todos de forma objetiva, también debemos reconocer que son conceptos manipulables subjetivamente. Su importancia reside precisamente en esta mezcla de objetividad y subjetividad que permite que podamos emplearlos para comunicar ideas concretas - por ejemplo, acerca de una obra de arte - a la vez que dejan la puerta abierta a una amplia diversidad de interpretaciones.

En la primavera de 2011, cuando visitamos los Museos Vaticanos para llevar a cabo el escaneado de la Sala Bolonia, mi equipo y yo encontramos muchas obras de arte, esculturas en su mayoría, que nos causaron una gran impresión por tratarse de muy distintas manifestaciones de copias. Algunas de las esculturas eran fieles reproducciones del original y otras eran interpretaciones más libres. Había numerosas copias romanas de de ideales griegos, como el Apolo de Belvedere. Había esculturas que eran las únicas copias que quedaban de los originales desaparecidos, como el Laocoonte, considerado una copia realizada a partir de un original en bronce. Había también algunas copia únicas y otras que estaban presentes en colecciones de todo el mundo. Y todos estos tipos de copias convivían con obras originales que, en cierto modo, también podían considerarse copias al haber sido realizadas a partir de un molde... Estos ejemplos sirven para mostrar que la palabra copia designa una multitud de intenciones y su sentido no es necesariamente negativo. Etimológicamente deriva del latín copia - copiosidad, un concepto fundamental en la retórica renacentista y en la invención artística que describe una fuente de abundancia y fertilidad creativas.

Sin embargo, no siempre se percibe así. A las cosas que se exponen en un museo se las llama objetos. Los esfuerzos museísticos de los últimos tres o cuatro siglos - recopilación, clasificación, catalogación y exposición - se han dirigido precisamente a convertir en un objeto inalterable el complejo universo que es la obra de arte. Pero el objeto de museo es algo más, es en realidad un sujeto que encierra una gran riqueza y que solamente está completo si lo consideramos junto con su propia historia. Las cosas envejecen y el modo en que lo hagan depende del contexto en que se hallen y de la atención que se ponga en su cuidado. La manera en que las personas envejecemos revela cómo vivimos y cómo pensamos. Nuestro rostro está en constante cambio y puede verse alterado de forma notable ante ciertos acontecimientos de nuestra vida. A las obras de arte les ocurre lo mismo. Su biografía nos revela la manera en que se han percibido y valorado en el pasado y porqué - o porqué no- son consideradas relevantes en nuestros días.

Es por eso que para referirme al objeto de museo prefiero emplear la palabra artefacto, un término en el que se hace evidente la presencia tanto del arte como de su fabricación. En ciencia y tecnología, artefacto tiene además un doble significado: sirve para designar un elemento de referencia y a la vez una anomalía o error en el proceso. Se podría afirmar que todos los artefactos de un museo contienen a su vez artefactos, producidos por el paso del tiempo, por los constantes esfuerzos por detener su envejecimiento y por la multitud de historias que rodean estos procesos. Pasado y presente se conectan a través de la materialidad y la textura de la obra y se muestran abiertamente para aquél que quiera detenerse a mirar. Es necesario que entendamos las múltiples capas que dotan de un significado completo a la obra de arte y que desarrollemos la manera de mirar al mismo tiempo al objeto y a través del objeto.

En Factum Arte, el taller que fundé con el artista Manuel Franquelo en Madrid hace ya más de diez años, es esta percepción múltiple del objeto artístico desde la que nos aproximamos al trabajo de realizar un facsímil. Pero los facsímiles tienen mala reputación. La gente los asocia con una imitación superficial del original. Y la tecnología digital es entendida, a su vez, como una imposición de lo virtual sobre lo real. Es por ello que si digo que en Factum Arte hacemos facsímiles digitales parece que esté buscando problemas. Y sin embargo, en contra del prejuicio general, los facsímiles digitales están abriendo una vía muy interesante en la ya antigua trayectoria de las obras de arte.

Un argumento habitual sostiene que las reproducciones restan valor al original, al equiparar erróneamente la realización de facsímiles a una fabricación en serie. Pero un facsímil nunca es igual a otro. Aunque estén basados en el mismo original, cada uno refleja de forma única las circunstancias particulares del momento en que ha sido producido. En Factum Arte, la realización de un segundo facsímil de La dama de Elche o de Las bodas de Caná de Veronese nos llevaría la misma cantidad de trabajo. No haría falta escanear de nuevo la obra original, pero el resto del trabajo equivaldría a realizar otra representación de la obra. Esta nueva versión contendría, inevitablemente, diferencias sutiles respecto de la anterior por lo que ambas nunca serían idénticas. Como sucede en las artes escénicas, cada nueva representación es única y es por ello que no resta, sino que añade valor al original.

Me inclino por considerar las obras de arte como sujetos activos en constante proceso de transformación, y esto condiciona mi noción de originalidad. En mi opinión, debemos superar algunos errores categóricos contenidos en el conocido ensayo de Walter Benjamin "La obra de arte en la era de su reproducción técnica". En lugar de asumir una noción casi mística del aura que envuelve al objeto original, prefiero pensar que la originalidad es un proceso, y como tal, algo vivo y cambiante. El valor de las cosas emana desde su interior pero también se construye, se le otorga desde fuera. Externamente podemos añadir o restar valor a una obra de arte, y creo firmemente que una buena reproducción revaloriza y enriquece el original.

Vivimos una era complicada para el conjunto de nuestra herencia artística. La era del turismo de masas. La era de las feroces campañas, nacionales e internacionales, en favor de la repatriación del patrimonio expoliado. La era de restauraciones agresivas que rozan la iconoclasia... En una situación así no es difícil entender que los facsímiles digitales ofrecen un nuevo y prometedor punto de vista desde el cual renovar nuestra percepción del arte y la cultura. Puesto que en el futuro seguirá siendo necesario realizar copias para la supervivencia de las obras originales, es crucial que seamos capaces de distinguir entre malas y buenas reproducciones.

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